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El equívoco del semitismo y del antisemitismo

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En una cabra de rostro semita”
(Umberto Saba,
Ho parlato a una capra)


Parece que fue el historiador alemán August Ludwig von Schlözer (1735-1809) quien acuñó por primera vez, en 1781, el adjetivo semitisch, para indicar el grupo de lenguas (siriaco, arameo, árabe, hebreo, fenicio) habladas por las poblaciones que un pasaje bíblico (Gen. 10, 21-31) hace descender de Sem, hijo de Noé. El neologismo fue acogido por la comunidad de los lingüistas hasta tal punto que lo encontramos en 1890 en las Lectures on the comparative Grammar of the Semitic Languages de W. Wright (1830-1889), en 1898 en la Vergleichende Grammatik der semitischen Sprachen de Heinrich Zimmern (1862-1931), entre 1908 y 1913 en el Grundriss der vergleichenden Grammatik der semitischen Sprachen di Carl Brockelmann (1868-1956).

El adjetivo “semítico” se refiere por tanto propiamente a los Semitas, es decir, a una familia de pueblos que se ha difundido en la zona comprendida entre el Mediterráneo, los montes de Armenia, el Tigris y la Arabia meridional, para luego extenderse también a Etiopía y al Norte de África; como adjetivo sustantivado (“el semítico”) este indica el grupo lingüístico correspondiente que se articula en tres subgrupos: el oriental o acádico (que en el II milenio se dividió a su vez en babilónico y asirio), el noroccidental (cananeo, fenicio, hebreo, arameo bíblico, siriaco) y el sudoccidental (árabe y etiope). Por tanto, es del todo impropio el uso de los términos “semita” y “semítico” como sinónimos de “hebreo” y “hebraico”, exactamente como sería impropio decir “ario” o “indoeuropeo” en lugar de “italiano”, “alemán”, “ruso”, “persa”.

De todo ello se deduce que es igualmente errado el uso de “antisemita” cuando con tal término se quiere designar a quien es “reo de antisemitismo” (1), es decir, de aquel “delito” (o “reato”) que un autorizado vocabulario define en los siguientes términos: “aversión hacia el pueblo judío, que a veces ha alcanzado formas de persecución e incluso de complejo colectivo de exterminio, con una base esencialmente propagandística, debida a la degeneración de pseudoconceptos histórico-religiosos o a la búsqueda de un chivo expiatorio por parte de políticos y clases políticas impotentes” (2). Si se usa correctamente, de hecho, el vocablo “antisemitismo” –acuñado en 1879 por el periodista vienés Wilhelm Marr (3) –debería indicar la hostilidad hacia toda la familia semítica, que hoy tiene su componente mayoritario en las poblaciones de lengua árabe, de modo que la calificación de “antisemita” resultaría más adecuada para designar a quienes nutren aversión hacia los Árabes más que a los “reos” de hostilidad antijudía.

Pero la inconsistencia de la antecitada sinonimia (“semita”= “judío”) resulta todavía más evidente cuando se reflexiona sobre el hecho de que los Judíos actuales no pueden ser calificados como “semitas”, y todavía menos como “pueblo semita”. De hecho, si la pertenencia de un grupo humano a una más vasta familia debe ser establecida en base a la lengua que el grupo en cuestión habla, entonces un pueblo podrá ser considerado semítico solo en el caso en que este hable una de las lenguas semíticas enumeradas más arriba, con el resultado de que hoy tendrían derecho a ser definidos “semitas” con todo rigor los Árabes y los Etíopes, pero no los judíos.


Es cierto que desde 1948 el hebreo (el neohebreo) se ha convertido en la lengua oficial de la colonia sionista asentada en Palestina y es comprendido por la mayor parte de los Judíos que actualmente allí residen, pero se trata de una lengua que estaba muerta desde hace más de veinte siglos y que sólo en el siglo XX ha sido artificiosamente resucitada. Los Judíos de la diáspora, hoy como en el pasado, hablan las lenguas de los pueblos entre los que se encuentran viviendo, lenguas que son generalmente indoeuropeas (inglés, español, francés, italiano, ruso, farsi, etc.) El propio Yidis, que se formó en el siglo XIII en los países de Europa central sobre la base de un dialecto medio-alemán y se convirtió en una especie de lengua internacional después de la migraciones judías, con todo, era siempre un idioma alemán (4), aunque, además de un vocabulario de base alemán y eslavo, contenía un índice elevado de elementos léxicos hebreos y era escrito en caracteres hebreos.

Por tanto, es evidente que los Judíos no constituyen en absoluto un grupo que, sobre la base de la pertenencia lingüística, pueda ser definido como semítico.

¿Podemos, entonces, considerarlos semitas desde un punto de vista étnico? Para responder afirmativamente, habría que estar en condiciones de reconstruir la genealogía de los Judíos y reconducirla hasta Sem, hijo de Noé. Cosa prácticamente imposible.

Un hecho es cierto: a la etnogénesis judía han contribuido elementos raciales de distinta procedencia, adquiridos a través del proselitismo y de aquellos matrimonios mixtos (“los matrimonios con las hijas de un dios extranjero”) contra los cuales tronaban los profetas de Israel. “A partir de los testimonios y de las tradiciones bíblicas, – escribe un estudioso judío –se deduce que incluso en los orígenes de la formación de las tribus de Israel estas estaban ya compuestas de elementos raciales diversos (…). En aquella época encontramos en Asia Menor, en Siria y en Palestina muchas razas: los Amorreos, que eran rubios, dolicocéfalos y de alta estatura; los Hititas, una raza de complexión oscura, probablemente de tipo mongoloide; los Casitas, una raza negroide; y muchas otras todavía. Los antiguos Hebreos contrajeron matrimonios con todas estas estirpes, como se ve bien en muchos pasajes de la Biblia” (5).

Según un autorizado geógrafo y etnólogo italiano, Renato Biasutti (1878-1965), “la cuestión de la posición antropológica o composición racial de los Judíos no es de hecho menos complejas y oscura” que la de muchas otras. “Una de las causas de esto –explica –está en la dificultad de recoger informaciones adecuadas sobre los caracteres somáticos de un grupo étnico tan disperso” (7). Además, es preciso distinguir entre los grupos judíos de Asia y los de Europa y África y, en particular, entre los Sefarditas (la rama meridional de la diáspora) y los Asquenazíes (la rama oriental). Si los sefarditas se han extendido desde el Norte de África y de la Europa mediterránea hasta Holanda e Inglaterra, los Asquenazíes han poblado amplias áreas de la Rusia meridional, de Polonia, de Alemania y de los Balcanes y han proporcionado el contingente más numeroso al movimiento colonialista que ha dado nacimiento a la entidad político-militar sionista.

Si para gran parte de los Sefarditas se puede suponer un origen parcialmente semítico, aunque no necesariamente hebreo (8), por cuanto respecta a los Judíos asquenazíes, que representan las nueve décimas partes del judaísmo mundial, las cosas resultan completamente diferentes, ya que la mayoría de aquellos que en la Edad Media profesaban el judaísmo eran Jázaros y “gran parte de esta mayoría emigró a Polonia, Lituania, Hungría y a los Balcanes, donde fundó la comunidad judía que, a su vez, se convirtió en la mayoría predominante del judaísmo mundial” (9).

La afirmación de esta verdad histórica tiene consecuencias devastadoras sobre el mito sionista del “retorno” judío a Palestina. De hecho, es evidente que, si la mayoría de los Judíos actuales extrae su origen de los Jázaros, la pretensión sionista es destituida de su fundamento, ya que los descendientes eslavizados de un pueblo túrcico originario de Asia central no pueden ciertamente ostentar ningún “derecho histórico” sobre una región de Oriente Próximo.


*Claudio Mutti es redactor de Eurasia. Rivista di studi geopolitici www.eurasia-rivista.org



1. Giacomo Devoto e Gian Carlo Oli, Vocabolario illustrato della lingua italiana, Selezione dal Reader’s Digest, Milano 1967, vol. I, p. 146. Es interesante observar que, mientras el antisemita es “reo”, es decir, “culpable de un delito”, según el mismo Devoto-Oli no son en absoluto reos aquellos que nutren aversión hacia otros grupos humanos. “Anticristiano” de hecho significa simplemente “hostil a los cristianos o a sus doctrinas” (op. cit., vol. I, p. 142); “antialemán” es quien “se opone histórica o políticamente a los alemanes” (op. cit., vol. I, p. 147); incluso “antidemocrático” designa, sin expresar juicio de condena, toda “persona, actitud o movimiento que obstaculiza la democracia, sus principios sociales y políticos” (op. cit., vol. I, p. 142).

2. G. Devoto – G. C. Oli, op. cit., p. 146.

3. P. G. J. Pulzer, The rise of political anti-Semitism in Germany and Austria, Wiley, New York 1964, pp. 49-52.

4. Hay que decir, sin embargo, que algunos estudiosos contestan la matriz alemana del yidis, hipotetizando su origen de la relexificación de un dialecto sorbio hablado por los descendientes de núcleos balcánicos (y probablemente también caucásicos y eslavo-avaros) que se habían convertido al judaísmo. “I do not accept – declara uno de ellos – the common view that Yiddish is a form of German. I believe that Yiddish arose approximately between the 9th and 12th centuries when Jews in the mixed Germano-(Upper) Sorbian lands of present-day Germany ‘relexified’ their native Sorbian, a West slavic language” (Paul Wexler, Yiddish evidence for the Khazar component in the Ashkenazic ethnogenesis, in: The World of the Khazars. New Perspectives. Selected Papers from the Jerusalem 1999 International Khazar Colloquium hosted by the Ben Zvi Institute, edited by Peter B. Golden, Haggai Ben-Shammai and Andras Rona-Tas, Brill, Leiden-Boston, 2007, p. 388). Al parecer de Wexler, el yidis constituiría una ulterior confirmación de la presencia de un componente Jázaro fundamental en la etnogénesis asquenazí. Cfr. P. Wexler, The Ashkenazic Jews. A Slavo-Turkic people in search of a Jewish identity, Columbus, Ohio, 1993; Idem, Two-tiered relexification in Yiddish: the Jews, the Sorbs, the Khazars and the Kiev-Polessian dialect, Berlin-New York, 2002.

5. M. Fishberg, The Jews: A Study of Race and Environment, The Walter Scott Publ. Co., London-New York, 1911, p. 181.

6. Renato Biasutti, Le razze e i popoli della terra, vol. II (Europa – Asia), UTET, Torino, 1967, p. 563.

7. Ibidem.

8. Paul Wexler, The non-Jewish origins of the Sephardic Jews, Albany, 1996.

9. Arthur Koestler, La tredicesima tribù, UTET, Torino 2003, p. 119. Sobre la determinante contribución aportada por el elemento Jázaro a la etnogénesis del “pueblo judío”, cfr. C. Mutti, Chi sono gli antenati degli Ebrei?, “Eurasia. Rivista di Studi Geopolitica”, a. VI, n. 2, maggio-agosto 2009.

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